martes, 26 de enero de 2010

DieciDios.


A ver si soy capaz de escribir esto sin que suene demasiado ... freaky.

Por una parte me resisto a darle salida, pero, que narices, no escribo un blog para hablar del tiempo, me gusta volcar en él vísceras y entrañas. El anonimato te hace valiente, pero cuando detrás hay un nombre todo son complejos.

Supongo que todos tenemos días de esos en los que te sientes la única persona que habita el planeta. O quizá no. Quizá unos más que otros tenemos esa sensación de soledad, de incomprensión y de fracaso.

A mí viene ocurriéndome desde los "diecis" (No existe la palabra teenager en español, asi es que me invento los diecis para denominar la época de los dieci6, dieci7, dieci8...)

Mis recuerdos me llevan a ese momento íntimo entre las sábanas, en el que solo habitan los desencantos y tu propio ser, el desconsuelo y a la misma vez el bendito refugio de la soledad.

Como me educaron creyente, y aunque la vida, con el paso de los años, me ha ido haciendo menos ingenua, en los "diecis" me inventé consuelo para esos momentos de abatimiento desgarrador.

Me enseñaron que Dios nos quiere, nos perdona, y así lo imaginé siempre. Imaginé que Dios era alguien que entraba en mi cama y me abrazaba. En esa postura fetal que adoptaba en los momentos de pura mierda, me imaginaba en el regazo de alguien grande que me abrazaba con abrazos apretaos. Lo imaginaba tan tan bien que sentía la presión en todo mi cuerpo.

Y me reconfortaba.

Me aliviaba.

Muchísimo.

Mi madre nunca nos abrazó.

Y los abrazos son medicinas para el alma.

Desde que tengo hijos no ha pasado ningún día de sus vidas sin que los abrace. Y ellos ahora me abrazan a mí. Y cada vez menos tengo que buscar el abrazo etéreo de ese Dios de mis diecis.

Aunque sigo haciéndolo.

2 comentarios:

  1. Me comento a mí misma para decir que esto parece una entrada de Postsecret.com (muy recomendable x si alguien lo desconoce)

    ResponderEliminar
  2. cuando te vea te voy achuchar, achuchar.... preparate...

    ResponderEliminar