lunes, 22 de marzo de 2010

Parte de mí...



A veces las renuncias abren camino a amores eternos.


Yo daba clases de tenis con mis hermanos en un club privado. A mi hermana se le empezó a dar genial. Mi madre siempre me contaba que mi hermana tenía celos de mí porque yo hacía todo bien, sacaba muy buenas notas en el cole, era muy deportista...en fin, chorradas, que no creo q fuesen tan ciertas pero que a mí si que me acomplejaron.
Dado que había una cosa, el tenis, en la que ella despuntaba, dejé de ir a clases. Me metí, por casualidad, en el equipo de atletismo del cole. Empecé a correr. Me gustaba. Y se me daba bien.
Pero ese fervor adolescente, que me trajo copas y medallas, fue la puerta hacia una relación mas pausada e intensa a la vez.
Correr por placer.
Solo necesito un par de zapatillas y música. Mi otro gran amor.
Corro cuando la rabia y la impotencia me acelera , cuando la tristeza me ahoga.
Corro cuando la felicidad me desborda y siento alas mas que pies y corro para dar salida a toda esa euforia. A veces he corrido llorando, a modo de catarsis, calmando y acunando mis tormentos, y también he corrido aguantando las ganas de cantar. He corrido preocupada, ansiosa, melancólica, culpable. Y siempre me ha hecho bien. Pocas veces me ha decepcionado.
He corrido en plenos exámenes para despejarme y he corrido para romper la rutina de mi vida, he corrido buscando inspiración y he corrido cuando trabajaba mas horas que vivía. He dejado de correr en mis embarazos, y he vuelto a retomarlo con mis bebés. He corrido cuando me sentía gorda como una vaca y he corrido cuando me sentía más fuerte que Sansón.

Corro cuando empieza el otoño, cuando el aire del verano se va volviendo frío. Cuando el viento se va llevando las hojas secas y la Dehesa se torna roja marrón y amarilla.
Corro cuando los días son grises, cuando la luz del invierno se vuelve blanca...cuando el aire que entra en los pulmones es tan frío que casi duele. Corro con las manos y nariz cristalizadas , y cuando la lluvia parece lavar y purificar mi alma. Corro a veces hasta en blanco nuclear, cuando la nieve hace sublime el paisaje de postal.
Corro cuando se empiezan a ver yemitas verdes en la punta de los almendros, y cuando éstas yemas se vuelven flores, cuando el árbol del amor con su rosa fucsia, me inspira a casi todo. Corro cuando se empiezan a ver insectos, cuando chocan los abejorros y las mariposas van de dos en dos. Corro en esos días luminosos de primavera, cuando el cielo es más azul que nunca y la temperatura es perfecta.
Corro cuando todo es verde y cuando el aire se va volviendo caliente. Cuando huele a pino y la Dehesa se va secando con el verano. Corro cuando somos cuatro gatos sudando a 40 grados, y tu propio sudor refresca y alivia esa pesadez.

Vinculado mi espíritu siempre a la Dehesa de la Villa y temporalmente a mi playa almeriense, desierta, mediterránea y soleada.
He corrido a veces sin ganas también, poniéndome las zapatillas casi sin pensar lo que hacía, y ha habido veces, en las que me he rebelado. En las que no he querido correr, solo porque no me apetecía, y como una amante orgullosa, he dejado pasar días creyendo que no lo necesitaba, que estaba mejor así, para luego darme cuenta que sin correr no soy ni la mitad de mi persona.
Corro y siento.
Corro y huelo.
Corro y estoy a solas con mi música.
Corro y planifico, reflexiono, me tranquilizo y me evado.
Siempre he pensado, además, que las personas que me quieren, aparecen mientras corro.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Nanomundo


Vivo en un microcosmos. En un nanomundo. En el pequeño universo de los detalles, de las nimiedades y pequeñeces. Es lo que me llega, lo que me atrapa, lo que me aleja también.
Voy con él, en el coche, suena una canción, y en el semáforo tira del freno de mano, abre la puerta, sale, viene corriendo hacia la puerta del copiloto donde estoy yo, me saca a bailar, reímos, y vuelve al volante...conquista mi alma casi por entero. Ese beso inesperado en la mejilla aparece para darme luz en la rutina, o aquel brindis que me incluía en casa de sus amigos. Esa canción que vuela en un gmail, o que suena con una mirada en el coche. Sms's que me hacen sonreir en soledad o un tequiero en una servilleta del bar. Me nutro de los detalles y de los pequeños momentos.
Es un mundo pequeño, el mío, y a veces necesito recordar que hay que tomar perspectiva, ver el conjunto. Pero por que? si el conjunto lo forman esos momentos y esos instantes, de nada me sirven las intenciones, las grandes propuestas o los hábitos predecibles.
Me hacen sufrir tambien los nanocomportamientos, esa mirada inoportuna, ese rechazo telefónico, un bostezo, o esas preguntas esquivadas. Una tarde vacía de contactos, un gesto excluyente, una mirada al reloj.
Y no hablo solo de relaciones sentimentales. Me ocurre con mis hijos y en el trabajo, con los amigos y con mis padres. Soy de miradas, de abrazos, de dibujos, de llamadas, de comidas, de paseos y de sonrisas.
Me sobra lo grande.

Vivo en un mundo en escala menor, donde lo pequeño tiene gran importancia.