sábado, 18 de agosto de 2012

Veraneando


  

Mi padre se cambia la bolsa con ese  olor nauseabundo en el baño. Me da tanta ternura y pena que un nudo me atraganta la garganta y no soy capaz de hacer nada.
Mi madre , apática, es incapaz de mostrar signos de acercamiento o interés (hacia mí, no hacia mi padre). Algún desplante , reproche o piropo ajeno es lo único que consigue articular para que exista algo que pueda llamarse relación.
Mi hermana compite, a través de sus hijos, y ante cualquier amenaza que pueda desbancar su reinado, ataca con furia y crueldad.
Me siento muy sola en este mundo cada vez mas ajeno, sola y triste, incapaz e impotente.
Intento mostrarme cercana, lanzar signos y lazos, pero todo cae en saco roto, se pierden en un agujero negro y me desanimo.
Sé que mi padre está cansado de luchar y lucha. Compagina el veneno de la quimio con 9 hoyos al lado de su amigo Julio, cogiendo higos, cortando filos, rastrillando hojas.
Sé que mi madre está harta de mediar, de poner buenas caras a sus hijos naturales y políticos, harta de hospitales y de ser el copiloto en una carrera finita. Sé que no tiene ganas, que no nos comprende y que se siente incomprendida.
Me gustaría poder darle un abrazo a mi padre, y hablar, y escuchar, pero una barrera invisible me lo impide.
Me gustaría poder decirle a mi madre que la entiendo, que me dejó muy sola pero que la perdono, decirle que puso un listón muy alto al que no puedo llegar, por que soy infinitamente peor que ella.
Pero las vías de comunicación son inexistentes, no hay cobertura.
Y la soledad me puede. Echo de menos un cariño que siento muy lejano, echo de menos una pregunta, un interés, un capote.
Y sé que añoro lo mismo que soy incapaz de dar. Raro.
Y me hace pensar en que soy afortunada porque me siento querida en otra parte.
Aún siendo mi vida un puzle, lleno de piezas que encajan pero que no se unen, cada una por su parte, que me aportan y configuran mi propio yo sin apenas conocerse, solo con la conciencia de que existen.
Me gustaría que no fuera sí pero no tengo fuerzas ni esperanzas ya de cambiarlo.
Mamá te quiero, papá te quiero, sé que a pesar de todo lo entendéis.
Y a ti, hermana, como decirte que a pesar de todo lo que me has hecho sufrir desde bien chicas, a pesar de todo lo que me has hecho llorar, cada año vengo con la esperanza de encontrar complicidad, de verte alegrar por la alegría ajena o compadecer la tristeza vecina y siempre me encuentro el aguijón o la indiferencia.
Os quiero a todos y deseo no tener estos sentimientos no correspondidos.

jueves, 12 de julio de 2012

La mochila

La visita de mi vecino me hace consciente de la falta de actividad.
Son muchos los meses vacíos.
La estabilidad, para bien y para mal, seca las inspiraciones.
Sin embargo llevo desde principios de año iterando sucesivamente para ir poco  a poco llegando al destino definitivo.
Médicos, analíticas, resonancias, placas, electromiogramas, y más analíticas. Hemos pasado de la incertidumbre e incredulidad a un diagnóstico difuso que se debate entre un par de enfermedades casi primas hermanas: ESP (Esclerosis sistémica Progresiva) o EMTC (Enfermedad Mixta del Tejido Conectivo).
Eso es lo que tengo.
Una enfermedad autoinmune.
Parezco un capítulo de House.
Mi sistema inmunitario, en vez de protegerme, se dedica a atacar las células de mi propio organismo.
Está pirado. Y si lo pienso en profundidad es algo muy mío. Toda la vida  luchando con mi propia auto crítica, intentando quererme en vez de culpabilizarme por todo, y ahora, mi sistema inmunitario  hace lo mismo que mi alma. Será posible?
He leído en diagonal reseñas de la enfermedad en Dr. Google. No quiero profundizar.
Se ve feo.
Y me he colgado la mochila que creía que podía soltar en breve. Ahora sé que no puedo desprenderme de ella.
Intento hacer mi vida normal sin que nada me afecte, sin pensar mucho. Solo que la mochila va conmigo. En ella llevo el dolor (ahora de manos y pies) y cosas que van pesando aún sin quererlo.
Se va llenando de miedos. Miedo a cansar a los demás,  a las limitaciones, a la dependencia, a contagiar pesimismo. A no poder, al tiempo y a no estar al 100% con mis cachorros.
Miedo al dolor también.
Sin embargo, he cerrado la cremallera, me la he colgado a la espalda y no pienso abrirla.
Voy a correr hasta que pueda, a reír, a disfrutar, a no profundizar y a aprender a pedir ayuda cuando lo necesite.
Prometo no hablar de ello nunca más.