viernes, 14 de mayo de 2010

Disfrutando


Creo que hay dos cosas que tienen el poder de transportarme a cualquier tiempo y lugar. Como si de una máquina del tiempo se tratara. Una es la música. Porque me ha acompañado siempre. Y cada tiempo, cada estado, lleva asociado una melodía coetánea a unas sensaciones muy particulares.

Otra son los olores. Esos olores presentes y a veces imperceptibles, que al volver a evocarlos tienen un poder inesperado.

Asociadas ambas cosas a dos sentidos secundarios pero muy directos al corazón.

Creo que el primer olor que tengo aún en mi memoria es el de un potito que tenía una etiqueta azul. Debía ser de flan, o de algun tipo de crema inglesa. Revivirlo es ir tan atrás que casi me da miedo. Y es el olor, y no el sabor, el que tengo en mi archivo personal.

Olores tan extraños como el de una botellita alargada de calcio que nos daba mi madre, dulce, espeso y níveo.

Me gusta ejercitar la memoria olfativa e imaginar que están delante de mí, percibir los matices lo mas posible.

Hay olores preciosos que asociados a mi infancia, aún hoy los encuentro y me hacen sonreir, como el aroma de la higuera, con su savia lechosa, el olor del mar, el de las cañas, el olor de los dátiles verdes y el olor del tallo de las margaritas y el de las amapolas.

Hay otros que están solo en mi memoria y no los he vuelto a percibir. El olor del fango que sacábamos con mi padre al principio de cada verano al limpiar la piscina, el olor de los cabos que sujetaban la vela al mástil del optimist, salado, húmedo y duro. El olor del regazo de mi abuela agrío dulce y salado, y que tiene el poder de humedecer mis ojos. Era ese un aroma no demasiado agradable, pero lleva de la mano sus caricias y me da tanta ternura, que es casi el más conmovedor.

Quien no recuerda el olor de las gomas de nata, o el de los libros nuevos del cole. El del plástico de las muñecas o el de los chicles bazoka. El olor caliente de las fotocopias, y el del pegamento Imedio.

En fin , quizás presto demasiada atención a este mundo de los efluvios, pero es que me hace disfrutar tanto!

El olor de las sábanas limpias, o el del aceite aun templado con un par de dientes de ajo, el sofrito de las lentejas, o el de la pizzería de El Consigliere. Tengo que controlarme por que todos los aromas se agolpan queriéndo salir y podría continuar hasta el infinito.

No todo es agradable porque hay olores que rechazo y no quiero evocar, como el del tabaco mezclado con el coche, como cuando mi padre fumaba mientras viajábamos, o el olor que se queda en las manos después de trajinar con monedas, el olor de los frenos en el tren, o el olor del metro. El olor de la carne cruda y templada o el de la boca de un perro que teníamos.

Hace unos años me tope en Inglaterra con Lush. Una tienda de jabones y productos cosméticos naturales que hace un tiempo aterrizó en España para llenar mi vida de pequeños placeres aromáticos. Disfruto más comprándome estos caprichos cotidianos que yendo a la última moda.

Y es que ducharme con 13 (es el nombre de un jabón) que huele a orégano y rosa, untarme de crema, o empapar mi pelo de crema suavizante de naranjas y tomillo, es para mí un orgasmo olfativo.

Siento ser tan pesada.

Hoy me ha dado por ahí.

La lavanda, el tomillo, el olor de una chimenea, la piel de mis hijos, el pelo de mis hijos, los pijamas de mis hijos, el café, las tostadas, el amor, los jacintos, el azahar del limonero de mi padre, la cáscara de los limones de mi padre, los membrillos, el pan recién hecho, la ducha del ser amado....


1 comentario:

  1. ....y cuando alguien deja de gustarte cómo huele....ha dejado de gustarte....Es imposible engañar al olfato.

    ResponderEliminar